El Viernes 2 de Abril de 1982, cientos de jóvenes
desembarcaron en las Islas Malvinas para combatir por el honor y la patria,
mientras que cientos de madres y familias lloraban su partida. La mayoría de
esos soldados eran adolescentes que no estaban preparados ni física ni psicológicamente
para un hecho tan trágico.
La
población protagonizó gestos de mucha solidaridad con los jóvenes combatientes
ya que, ellos concretaban un viejo anhelo instalado en el imaginario cultural
de sucesivas generaciones de argentinos. Sólo unos pocos sabían lo que
realmente pasaba en las Islas: labios azulados, ojos de soledad, carnes de
frío, boquitas de hambre tristes y rostros helados. Lo único que se podía
observar allí eran niños asombrados, manitas de miseria y extravío, frente a
miles de soldados ingleses preparados para el combate.
La Junta
Militar decretó la censura previa de información. Los cronistas oficiales
inundaron los medios con partes triunfalistas a la voz del “estamos ganando”,
que a cada minuto resultaban menos creíbles.
Poco a
poco, comenzó a salir a la luz lo que en verdad significaba la tragedia de la
guerra, quien envolvió a todos con una sombra asfixiante.
El Lunes
14 de Junio de 1982, el General Menéndez firmó la rendición frente al
Comandante Jeremy Moore, dejando como saldo a 649 soldados argentinos
fallecidos y a más de 1000 heridos.
La
reivindicación de las Malvinas quedó inscripta con letras de sangre, como
objetivo irrenunciable de un país que se encontró con las heridas internas de
una soberanía ultrajada por sus propios gobernantes.
Aún se
puede notar en la mirada de nuestros héroes el dolor de la guerra, como una
marca a fuego que los identificará por siempre.
La
guerra, sal en la herida abierta de la tierra argentina.
GUASTI, Priscila y CORVALÁN, Camila
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