Mi Viaje a la Semilla
El reloj marca las 6:50 de la
mañana del lunes, estoy en la parada de colectivo y llueve. Tomo rápido mis
llaves, la mochila y mi campera para ir al colegio.
Mi cama está desordenada y la pava comienza a hervir sobre la hornalla de la cocina.
Mientras tanto
descalza, mejor dicho en medias, frente al espejo comienzo a lavarme la cara y
a cepillar mis dientes. El agua esta fría.
Doy vueltas en
mi cama intentando tomar una posición cómoda.
Cocinando con mi familia, hago los
preparativos para el festejo de mi mayoría de edad junto a mis seres queridos.
Planeando y tomando
una decisión importante, qué carrera seguir para formarme profesionalmente, me
inscribo en la Universidad Nacional
del Oeste.
Pero me siento extraña, olvido
cosas, personas, sentimientos. Los textos y libros se comienzan a verse más
complejos y difíciles para mí, no logro comprenderlos completamente.

Mi cuerpo se ve
distinto, creo que me estoy encogiendo, pero a la vez que pierdo un
conocimiento gano un recuerdo que ya había olvidado. Y lo vivo como si fuera
hoy.
Comienzo poco a
poco a tener costumbres que había olvidado y dejado atrás.
Pierdo de a poco
el conocimiento sobre algunas cosas, no logro entender al cien por ciento lo que
leo. Hay palabras que ya no se que significan.
Mi uniforme
escolar se convirtió en un guardapolvo a cuadritos de color celeste, de un
tamaño más pequeño. Pero eso no me preocupa, porque paso horas enteras
dibujando y pintando sin necesidad de saber que sentido tienen.
Veo el mundo
desde una perspectiva diferente, hasta mis pensamientos lo son. Soy feliz
corriendo y me divierto con juegos simples, dejando de depender de un celular
para ello.
Descubrí que con
un simple llanto, consigo que todos centren su atención en mí. Mi mamá y mi
abuela corren de un lado a otro para atender a mis necesidades y caprichitos.
Ya no soy independiente para nada, necesito de ellas para todo, hasta para lo
más simple como dar un paso o comer.
Las cosas comienzan
a ser mucho más grande a mí alrededor, los muebles y muros son enormes para mí.
Sin embargo, veo todo lo que se oculta de bajo de ellos, hasta la más mínima
pelusa.
Parezco un
cachorro moviéndome en cuatro ¨ patas ¨ de un lado para otro.
Mis días comienzan
a centrarse solo en comer y descansar. Todo el día siento sueño. Excepto por
las noches cuando me da ganas de llorar y no dejo dormir a mamá ni a nadie de
la casa. Hacen todo tipo de muecas para calmarme.
Miro todo
asombrada y con curiosidad, nuevos rostros y personas que no conocía. De a poco
logro asociar las voces con los rostros.
Al despertar, me
encuentro en un lugar cálido que me hace sentir protegida, y en el cual puedo
sentir de cerca el latido del corazón de mamá.
Ahora ella y yo
somos sólo una y sé que me está esperando ansiosa…
Macarena Pedernera
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ResponderEliminarMuy lindo, Macarena. Felicitaciones!!!Analía
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