jueves, 2 de agosto de 2012

Libre en la ciudad. Camila Pesoa


Libre en la ciudad
   Luego de varios años, el ya viejo “Don Quijote de la Mancha”, extrañando sus aventuras, decide salir en busca de su compañero de toda la vida, Sancho Panza. El mismo se encontraba en la capital de la provincia de Buenos Aires, en Argentina. Una vez que pudo localizar a su viejo escudero, empacó todos sus libros de caballería, ya que eran lo único que lo ayuda en su soledad, y se marchó hacia el gran Buenos Aires.
    Al llegar, Don Quijote, no podía creer lo que sus ojos veían. Esas grandes construcciones llenas de luces y detalles, tanta gente yendo de un lado para el otro sin poder detenerse a hablar solo por un momento.
    Pero lo que más le llamó la atención fue esa gran torre blanca, situada en medio de esa majestuosa avenida.
    Su curiosidad lo llevó a ver como esa gente apresurada detenía esos carruajes negros y amarillos, según Quijote, que al parecer estaban dispuestos a llevarlos a donde uno quisiera. En ese momento, un taxi freno delante suyo y sin dudarlo ingresó en el. Una vez dentro, el caballero que manejaba el carruaje le preguntó al viejo Quijote a donde quería ir. Este le contesto:”lléveme a la casa de Sancho Panza, mi fiel escudero”. El taxista se río y le pregunto la dirección. El viejo saco de su bolsillo un papel arrugado en donde había escrito la misma y juntos fueron en busca de Sancho.
     Al llegar, su escudero lo estaba esperando junto a su familia. Ambos luego de abrazarse amistosamente ingresaron a la casa. Una vez tranquilos, el Quijote comenzó a hacerle preguntas a su amigo, acerca de esa gran torre que había visto cuando llegó, y le propuso iniciar una nueva aventura. Al escucharlo, Sancho comenzó a reírse y antes de decir algo se dio cuenta de que el Quijote ya había salido en busca del obelisco. En ese momento, el escudero empezó a correrlo para detenerlo ante semejante locura. Pero cuando llegó ya era tarde, el viejo estaba en la cima y de la misma podía contemplar el gran paisaje porteño. Sancho comenzó a gritarle para que bajara pero no le hizo caso. Sus gritos alertaron a la gente y a la policía que estaban cerca del lugar.
         Finalmente, las autoridades bajaron al Quijote y al notar su locura decidieron no arrestarlo sino mandarlo a un loquero.
        Luego de un tiempo fue devuelto a su país donde continuó con su locura y sus libros de caballería.

Camila Pesoa

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