lunes, 29 de octubre de 2012

Mi viaje a la semilla


Estaba tranquila en el comedor charlando con mi mamá y de pronto tuve una sensación rara. Fui a mi habitación y empecé esa semana de a poco a armar mi bolso para ir a Bariloche. Realizaba las excursiones con la sensación de que ya la había hecho. Al regresar sentía que no conocía a ninguna persona con las que había viajado.

  Cada día que pasaba se tornaba raro, cuando llegaba el momento del cumpleaños, retrocedían un año, se hacían jóvenes y las arrugas desaparecían como por arte de magia.

  Olvidarse lo que había hecho el día anterior era costumbre. Todo lo nuevo que iba aprendiendo, con el paso de las horas ya no estaba, las personas, todo se borraba.

  Cada vez me hacía más chica y mis primos iban desapareciendo de a uno. Llegaban a ser bebés y luego ya no estaban y nadie recordaba que habían existido, sólo se convertían en una ilusión hacia el futuro.

  En el colegio, cada día se aprendía algo nuevo y cada vez más complicado para entender. Se volvían dibujos que hacía la maestra.

  De a poco los amigos se convertían en extraños hasta el punto en que ya no los conocía, se volvían una persona más entre la gente.

  Comenzaron a aparecer personas que uno las guarda para siempre en el corazón con una sonrisa en los labios, como si nada hubiera pasado.

   Jugaba con mis hermanas hasta que una de ellas ya no pudo por ser muy chiquita y de un día hacia el otro ya no estaba.

     Ya no tenía edad para estar en jardín así que jugaba sola en casa. Me arrastraba por el piso y corría hasta que un día ya no pude, me ayudaron a hacerlo. Luego solo en brazos hasta que llegamos a la clínica de Mariano Acosta y lo último que escuche fue la voz del médico hablando con mi mamá.
CORVALÁN, Camila

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